Recuerdos y olvidos
Andaba yo paseando con mi hijo cuando pasamos por un parque donde las madres llevaban a sus hijos. Mientras los niños juegan, ellas forman corrillos y se dedican a ponerse al día de cotilleos.
Cuando pasé por su lado observé que se me quedaron mirando, yo les dirigí una sonrisa y continué mi camino.
―¿Puedo columpiarme un rato?
―Claro que sí, hijo.
Mientras observaba a mi hijo que corría hasta los columpios y se subía en uno libre, no sé porqué pero me acordé de Penélope. Era una chica morena no muy alta de pelo largo y mirada tierna, fue mi primer amor, teníamos quince años y yo estaba locamente enamorado de ella. Ella en cambio me dijo lo peor que te puede decir una chica que te gusta:
―“Es que te quiero sólo como amigo”.
Así me convertí en su mejor amigo y durante unos años me contaba siempre sus cosas, sobre todo sus devaneos amorosos. Cuando me decía:
―“¿Por qué fulanito no me quiere? ¿Por qué pasa de mí?”
Yo me hacía polvo por dentro deseando decirle que conmigo sería diferente, que yo la trataría bien y no la haría sufrir… Pero ella nunca tenia ojos para mí, aunque siempre buscara mi hombro para consolarse. Hasta que un día exploté y se lo dije.
Al día siguiente me desperté triste y con resaca cuando sonó el teléfono.
―“Hola soy Penélope, me gustaría hablar contigo”
―Vale, después de comer me paso a verte
Pensaba que querría regañarme y recordarme mi etiqueta de “sólo amigos” pero no, para mí sorpresa me dijo que lo había pensado y podíamos probar.
Así empecé a salir con ella, aunque duramos poco, yo era feliz a su lado pero ella no tanto, a los dos meses me dejó y yo me sentí hundido, decidí entonces que borrarla de mi vida: Rompí todas sus fotos, me deshice de todo lo que me recordaba a ella, incluso dejé de ir por su barrio. Supongo que lo conseguí, ya no recuerdo su rostro, apenas que sus ojos eran negros y sus pechos grandes pero nunca olvidaré los buenos ratos que pasamos juntos y que a su lado era feliz. Es lo que tiene el primer amor.
Muchas veces me pregunto qué habrá sido de ella, me gustaría encontrármela un día y hablar un rato, para saber qué fue de su vida.
Seguía yo con mis pensamientos cuando volvió mi hijo del columpio y reemprendimos la marcha.
Entonces, en el corrillo de mujeres una dijo:
―Veis ese hombre que se va con su hijo, ese que ni siquiera me ha saludado, pues hace veinte años me juró amor eterno, para que veáis lo que vale la promesa de un hombre.
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