Primer capitulo

Abr 5, 2023 | Barrio Conflictivo, Mis libros | 0 Comentarios

Domingo, día 1

«No hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió» cantaba Sabina por la radio. Al escucharlo no pude evitar pensar en mi hijo. ¿Cómo debía ser? ¿Cómo habría sido yo como padre? Un hijo al que nunca he conocido y pensaba yo que no llegaría a conocer, a saber nada de él. ¿Por qué me acordé de él en ese momento? Supongo que me pasó como pasa tantas veces, que piensas en una persona a la que hace años que no ves pero que te encuentras al rato por casualidad en una cafetería.

No tardó en sonar el timbre del portero de casa.

—¿Quién es?

—Soy Sonia. ¡Abre!

Miré el reloj: las diez y media, me sorprendió que Sonia estuviera levantada tan temprano. Ella nunca se levanta antes de mediodía pues trabaja de noche, muy de noche. Debía ser algo importante cuando la había sacado de la cama tan temprano para ella.

Miré el comedor de casa: La caja de una pizza donde solo quedaban los bordes roídos, tres latas de cerveza vacías, el cenicero lleno, servilletas sucias, etc., demasiadas cosas para recogerlas mientras Sonia sube las escaleras… Menos mal que ella ya me conoce.

En cuanto le abrí la puerta entró como un huracán, estaba muy alterada.

—¡Tienes que ayudarme!

—¿Qué te pasa?

—Han detenido a Enrique.

—¿Quién es Enrique? —pregunté de manera automática, pero de seguida me vino a la mente qué Enrique debía ser. Acababa de pensar en él.

—¿No te acuerdas? Mi hijo. ¿Qué digo? —Me miró muy seria—. ¡Nuestro hijo!

—¿Qué ha hecho?

—¿Cómo que qué ha hecho? ¡No ha hecho nada! Es inocente —su enfado iba in crescendo—. Lo que pasa que es igual que su padre —ahí me señala a mí—, y se tiene que meter en líos. Por eso me tienes que ayudar.

—¿Yo? ¿Por qué yo? Lo que necesitará es un buen abogado

—Sus padres ya han hablado con Raquel, que dice que lo ve difícil.

—¿Sus padres?

—¡Sí! ¡Sus padres! —Entonces se da cuenta de la paradoja—. Pero nosotros tenemos que hacer lo posible porque no vaya al talego. Sonia se quedó embarazada cuando éramos novios hace ya muchos años, quería abortar pero la convencieron para que no lo hiciera. Sus tíos no podían tener hijos, aceptaron gustosos quedarse con el niño y lo criaron como si fuera suyo. Ella se fue una temporada a vivir con ellos, con la excusa de ayudar a su tía con el embarazo y el bebé, estuvo cuidando a su propio hijo hasta que este dejó de tomar pecho.

Hizo una pausa que yo aproveché para intentar calmarla.

—Vamos a ver. ¿De qué se le acusa?

—De asesinato.

—¡Coño!

—Pero es inocente y vamos a demostrarlo.

—¿Cómo?

—He quedado dentro de una hora con Gregorio, nos ayudará.

Gregorio es el sargento de policía del barrio. Nos conocemos de toda la vida, íbamos juntos al colegio y aunque nuestra relación no sea buena, nos hemos ayudado en ocasiones.

—¡Vale! ¿Cómo se llama el que se supone que ha asesinado?

—Creo que se llama Perparin.

—¿Cómo? —pregunto aterrorizado—. ¿El albanokosovar?

—¿Lo conocías?

—¡Claro! Es un delincuente muy peligroso.

—Pues alguien lo ha asesinado y le han cargado el mochuelo a Enrique.

—¿Sabes lo que le harán si lo pillan?

—Por eso he venido a pedirte ayuda.

Me quedé parado: ¿Qué podía hacer yo contra una banda criminal como aquella? Yo, que solo era un camello que sobrevive vendiendo cuatro gramos de coca a la gente del barrio, pero no podía decir que no, tenía que ayudar en lo que pudiera. No podía dejar a mi hijo tirado ahora que me necesitaba por primera vez en su vida.

Me acerqué a la habitación para vestirme, abrí el armario y mientras pensaba qué ponerme miré a Sonia. Llevaba unos botines, una minifalda roja y un top que tapaba lo justo, se había recogido su hermosa melena rubia en una coleta y se había pintado los labios que no sonreían. Parecía increíble pero la chica de la eterna sonrisa, hoy estaba muy seria. Yo me puse mis bambas, unos tejanos y una camiseta, ¿para qué más?

Salimos afuera, el sol estaba ya alto y hacía mucho calor. En nuestro barrio, San Judas, no hay sombra en las aceras, son sencillas, estrechas y sin árboles, por eso apenas hay sombra. Los edificios son viejos y los hicieron de cinco plantas porque no tienen ascensor, por eso apenas protegen del sol y menos en verano.

San Judas se construyó cuando mucha gente venía a la ciudad a buscar trabajo. Gentes que venían del campo con una mano atrás y otra adelante. Por eso se construyeron pisos sencillos y baratos para gente con pocos recursos.

Al cabo de un rato estábamos en la puerta de la comisaría. La comisaría de policía está en el barrio de al lado, el barrio de Santa Teresa es un barrio de edificios nuevos que se construyeron en plena burbuja inmobiliaria, por eso tiene aceras anchas y todos los servicios incluyendo una comisaría recién construida. Está cerca del barrio de San Judas, tanto que no sabes cuándo pasas de un barrio a otro. Solo si te fijas en los años de los bloques de los pisos, las aceras, los árboles, todas esas cosas. La comisaría es un edificio azul de cristal que se construyó cuando la Generalitat no sabía qué hacer con todo el dinero que recaudaba, por eso es tan grande y dispone de muchos servicios, como monitores o aires acondicionados. Ahora con la crisis y los recortes de personal tienen una planta y muchos despachos cerrados, ni siquiera hay dinero para conectar el aire acondicionado y dentro el calor es asfixiante.

Pocas veces he ido ahí por voluntad propia, aunque me conozco muy bien el edificio y a los vigilantes de la entrada que nos esperan en el arco de seguridad. Gregorio está en la segunda planta, desde que es sargento tiene un despacho propio donde nos está esperando.

Hace apenas unos meses, le ayudamos a desarticular una banda que se había introducido en el barrio. Gracias a nuestra ayuda consiguió detener a toda la banda y él se llevó el mérito, por eso está tan animado a recibirnos y colaborar con nosotros.

Al llegar a su despacho, él sale y nos saluda serio mientras nos indica que pasemos dentro pero cuando cierra la puerta cambia el tono con el que nos habla y se vuelve más amable.

—¡Chicos! Lo siento pero no puedo hacer nada. El caso ya está cerrado.

—¿Cómo que está cerrado? —pregunta Sonia muy seria—. ¿No vais a investigar más?

—Aquí tengo el informe. Tu sobrino es culpable y se va a pasar varios años en la trena.

Cojo el informe y empiezo a revisarlo mientras Sonia se echa a llorar.

—Como podrás ver tenemos suficientes pruebas.

Yo niego con la cabeza.

—¿Dónde está el informe médico de Enrique?

—No hay —se encoje de hombros—. No tenía lesiones.

—Eso es imposible.

—¿Por qué lo dices?

—La autopsia de Perparin habla de hematomas, contusiones y heridas varias. Es obvio que se peleó con alguien antes de que le dispararan. —Gregorio pone cara de circunstancias—. Perparin era un delincuente muy peligroso. ¿Crees que un chaval de 18 años fue capaz de darle una paliza sin que él no llegara ni a tocarle la cara? Además —sigo leyendo—, también habla de heridas en los nudillos, o sea, que él también repartió estopa.

—Puede que se peleara con otra persona y después Enrique le disparara.

—Eso refuerza la versión de Enrique, que otra persona lo dejó inconsciente antes de que llegara Perparin y le disparó.

—¡Cierto! Pero las pruebas de balística no fallan: Enrique disparó el arma homicida.

—¿Dos o tres tiros? Porque él mismo reconoce que disparó por dos veces al tipo que marchaba corriendo pero no le dio.

—Eso es lo que dicen todos. ¡Además hay testigos que estaban paseando por la calle Neruda y entraron en el parque cuando oyeron los disparos! O sea, que habrían visto al asesino huir y solo vieron a Enrique al lado del cadáver.

—A no ser que se hubiera marchado por la calle Cortázar.

—Del parque “La sombra del viento” solamente se puede salir por la calle Neruda.

—Eso no es cierto, se puede entrar y salir por la calle Cortázar. Hasta es posible que tuviera el coche aparcado ahí y todo.

—A mí me han dicho que no tiene más entrada ni salida que la que da a la calle Neruda.

—¿Y no sabes que también se puede salir por el aparcamiento de la calle Cortázar? —Gregorio calla, pues sabe que es verdad.

El parque La sombra del viento está situado en la parte nueva del barrio, la que se construyó en plena burbuja. En realidad pertenece a la zona comunitaria de los bloques que la envuelven, por eso le colocaron una puerta que cierran por las noches para evitar que entren gamberros o chavales a hacer botellón. Pero alguien rompió la valla de la parte trasera, la que da a la calle Cortázar. Puede que fuera gente que aparcaba ahí y no quería dar toda la vuelta o puede que fueran unos chavales para colarse por la noche dentro del parque. La cuestión es que está rota y cualquiera puede entrar o salir por ahí.

—Pues tus agentes no han investigado bien: Hay otra salida. Así que hay pruebas que demuestran que había una tercera persona que no vieron los testigos. Por ejemplo está. —Entonces le enseño la foto de un crucifijo hallado en la escena del crimen. Me giro a Sonia y le pregunto—: ¿Llevaba Enrique un crucifijo como este?

Sonia mira la foto y niega con la cabeza.

—Nunca le he visto un crucifijo y menos ese. ¿No os habéis dado cuenta? Es de un cristiano ortodoxo.

—Enrique llevaba un par de meses trabajando para los rusos. Se lo regalarían ellos.

Gregorio lo deja caer y nos mira, convencido de que no lo sabíamos. Yo no tenía ni idea pero Sonia baja la cabeza. Por lo que se ve, algo sabía sobre el tema.

—¡Vale! Podría ser pero lo veo muy enrevesado. ¿Cómo se le cayó si no se peleó?

—¡Cierto! Pero también puede ser que se le cayera a Perparin durante la pelea.

Niego moviendo el dedo índice hacia los lados.

—Perparin era musulmán. —Gregorio no sabe qué contestar y yo continúo—: Alguien perdió la cruz y le quitó la droga a Perparin.

—¿Qué droga?

Yo lo miro sorprendido.

—Enrique llevaba treinta mil euros encima cuando lo pillaron, ¿no? —Él afirma con la cabeza—. Una cantidad así solo puede significar una cosa: Iba a pillarle farla.

Lo explico convencido pero me sorprende la cantidad. Es mucho para comprar medio quilo y poco para un quilo.

—El dinero no viene al caso —salta Sonia que no quiere que salga el tema—. Se lo cogió a sus padres y ellos no van a denunciar.

—El dinero demuestra que había quedado con Perparin para un negocio, para comprarle algo. —Miro a Sonia y hago una mueca—. Algo que sin duda Perparin llevaba encima y alguien se lo quitó.

Gregorio se queda serio otra vez. El caso no está ni mucho menos cerrado. Mis argumentos son suficientes para hacer dudar al juez y que dé el caso por sobreseído; entonces ellos se quedarían sin culpable.

—¿Habéis hablado con su hermano?

Gregorio se echa a reír.

—Su hermano está en busca y captura. Si sabes dónde está, iré gustoso a hablar con él.

—Ya me encargaré yo de hablar con él —explico decidido—. Me puedes fotocopiar esto.

—¿El informe policial? ¿Para qué lo quieres?

—Para averiguar quién es el tipo que asesinó a Perparin.

—¿Tú? No te preocupes. Ya tenemos detectives que hacen su trabajo.

—Su trabajo es encontrar pruebas para encalomar el muerto a alguien y ya lo han hecho. Ahora yo me dedicaré a buscar al verdadero culpable.

Gregorio respira hondo, se nota que mi frase le ha dolido. Por otro lado, nuestra ayuda le resultó inestimable antes, ¿Por qué rechazarla ahora?

—¡Nos lo debes! —suelta de repente Sonia que continuaba llorando—. Sabes que si no fuera por nosotros y sobre todo por él —me señala a mí—, no estarías en este despacho tan bonito ni lucirías esos galones de sargento que luces con tanto orgullo.

—Ni esa medalla tan bonita —continúo yo.

—¡Está bien! Haremos otro pacto de ayuda mutua —contesta de mala gana mientras se levanta para fotocopiar el expediente—, pero exijo saber todo lo que vayáis averiguando —nosotros afirmamos con la cabeza—. Aunque eso demuestre que Enrique es culpable.

—Lo mismo te digo —contesto mientras cojo las fotocopias—. Aunque os quedéis sin sospechosos.

—¿Podemos bajar a verle? —pregunta Sonia mientras me agarra del brazo—. Necesitamos hablar con él.

Gregorio cierra los ojos, afirma con la cabeza y contesta:

—Está bien.

Por suerte, Enrique todavía se encuentra en los calabozos de la comisaría, está esperando a que el juez decrete su ingreso en prisión. Así que bajamos al sótano en el ascensor. Los calabozos huelen a cerrado, a humedad y a orín. Ese olor me resulta demasiado familiar y me estremezco al entrar. He estado muchas veces ahí encerrado y nunca es agradable.

Los calabozos no tienen gran cosa, una cama con un colchón plastificado, un baño turco, o debería decir un agujero en un rincón donde hacer tus necesidades, y una pequeña pica al lado. Sentado en la cama estaba Enrique, es un chico joven y alto. Moreno de ojos azules como yo. ¡Es verdad que se parece a mí! Se gira y nos mira sorprendido.

Hablamos con él un rato pero no nos explica nada nuevo, se ciñe a la versión oficial.

Estaba esperando a Perparin cuando alguien lo agarró por detrás y perdió el conocimiento. Se despertó al oír un disparo y vio a Perparin en el suelo y un tipo corriendo. Cogió la pistola y le disparó pero no acertó, después se acercó a Perparin que estaba a punto de morir.

—Veset fue lo único que dijo antes de morir.

—¿Veset? —pregunto yo—. ¿Qué significa?

Él se encoje de hombros. La pistola es una TT33 de fabricación rusa que Enrique no había visto antes. Cuando le preguntamos qué pretendía hacer con los treinta mil euros que les había cogido a sus padres, afirma que comprar droga para luego venderla, esperaba poder devolver el dinero antes de que sus padres se dieran cuenta. Tiene lógica pero a mí no me cuadra.

Yo estoy emocionado, no puedo decirle nada pero es la primera vez que lo veo y es cierto: En la forma de hablar y en muchos gestos se parece a mí. Me veo extrañamente reflejado.

Cuando salimos de la comisaría miro al sol y respiro hondo. Ese edificio me pone nervioso y Gregorio más. Hemos sido enemigos durante demasiado tiempo como para poder considerarlo un amigo, como para fiarme de él.

—¿Has visto cómo se parece a ti?

—¿A mí también se me nota tanto cuando miento?

—Ahora ya no tanto, pero cuando tenías su edad sí. ¿Por dónde empezamos? —pregunta Sonia.

—Buscamos a un tipo fuerte que vive en el barrio de San Judas, cristiano ortodoxo, seguramente ruso; con conocimientos de judo y con síntomas de haberse peleado hace poco.

—¿Cómo sabes que es del barrio?

—Si escapó por el agujero de la valla es porque se conocía el parque, no era la primera vez que estaba.

—¿Y por qué judo?

—Sí, si en eso Enrique no nos ha mentido —y nosotros tenemos que esperar que sea así— el pavo que le atacó le hizo la llave del sueño, tenía que saber judo para dejarlo inconsciente de esa manera y poder dar la paliza que le dio a Perparin —suspiro—. Tenemos que hablar con sus amigos, a ver si ellos nos explican algo más.

Sonia afirma con la cabeza mientras aprieta los labios.

—¿Es cierto lo que cuentan por ahí de los albanokosovares? —me pregunta y yo me la quedo mirando—. En La Sirena se oye cada cosa.

—Lo que te hayan contado… sin duda se queda corto. Son tipos muy peligrosos.

—¿Piensas ir a hablar con ellos?

Suspiro.

—No tengo más remedio.

Sonia me abraza.

—Ten cuidado.

Entonces se me queda mirando y cuando yo hago un gesto para soltarme, dice:

—¿Por qué no te vienes a comer a casa? Hoy Paola preparará picanya ¡Ya verás! Está muy rica.

Sonia vive en mismo sitio que trabaja: El club del barrio. Sonia dirige La Sirena desde hace años. El club es el local de abajo, pero un club necesita habitaciones donde poder realizar los servicios que demandan los clientes. Por eso los cuatro pisos del primero también forman parte del negocio. Son las habitaciones donde las chicas “trabajan” ; algunas como Sonia viven ahí. ¿Para qué pagar dos alquileres? Eso le permite poder estar trabajando y en casa, también crea un vínculo muy fuerte entre las chicas. La mayoría son extranjeras sin familia aquí, de esta manera el burdel es su familia.

Llegamos y ya están preparando la comida. En esa casa nadie se levanta nunca antes del mediodía, pero a las dos de la tarde el olor de la comida hace que todo el mundo esté en pie. Ionela está poniendo la mesa mientras Paola prepara la comida.

Al vernos entrar se sorprenden de verme con Sonia pero me saludan sin ningún pudor. Hace calor y van muy ligeras de ropa: Ionela es bajita, delgada, pelirroja y muy blanca de piel, se le nota mucho porque apenas lleva unas braguillas de color carne, aunque una carne algo más oscura que la suya propia, ni siquiera lleva sujetador y sus pequeños pechos son como dos flanes de leche que saltan juguetones mientras coloca los cubiertos. Paola es todo lo contrario, es mucho más morena, es mulata, se ha puesto un delantal para que no le salpique el aceite porque solo lleva un tanga debajo. Por detrás se aprecian todas sus curvas de chocolate. Su larga melena le cuelga por detrás pero no lo bastante para cubrir su trasero.

—¿Invitas a tu novio de vez en cuando? —le pregunto a Sonia.

El novio de Sonia, Miguel, es el cura del barrio y no me lo imagino sentado en esa mesa rodeado de chicas en ropa interior.

—Sí —contesta ella extrañada—. ¿Por qué no?

—¿Y también lo recibís así?

—¡Claro! Nosotras estamos en nuestra casa, al que no le guste que no mire.

—Mi amol, aunque parezca mentira, nosotras nos vestimos para ir a trabajal —explica Paola y todos nos reímos.

Cuando está la comida en la mesa no tardan en aparecer Janette, Douala y Mircea. Todos nos sentamos y empiezan a hablar de sus cosas. De tipos que pasan por su trabajo, de si podrán tener vacaciones o no.

Todas hablan y cuentan sus cosas menos Sonia y yo, que tenemos la cabeza en otras cosas. Yo pienso en mi hijo, en lo que me recuerda a mí a su edad. Es una sensación extraña, cuando te ves reflejado en otra persona, no solo en el aspecto, también en la forma de hablar y en muchos gestos y parece ser que también en el destino. Con su edad me detuvieron atracando una gasolinera y me pasé dos años en el talego, eso marcó mi vida. Esperemos que él no se chupe unos años de talego como me pasó a mí.

Mientras tanto Ionela explica que está preocupada porque a su hijo le gustaría venir estas vacaciones a verla.

—Prefiero que se quede en Rumanía y no verlo a que vea de qué trabajo.

Ahí empieza una discusión. El niño debe saber de qué trabaja su madre o es mejor que lo ignore.

—Haz una cosa —salta Sonia—. Coge un mes de vacaciones y ve tú a Rumanía, así no tendrá excusa para venir.

—¡Gracias, jefa! —Da un salto de alegría y le besa.

—Te tengo dicho mil veces que no me llames jefa.

—Lo siento, jefa.

Ionela se tapa la boca con la mano mientras todos reímos. La verdad es que Sonia es una jefa excelente. Ha conseguido mantener el garito abierto a pesar de la crisis y… de las mafias. Porque hoy día ya no es como antes. La Sirena es el único club donde las chicas están por decisión propia, que sigue aguantando a la vieja usanza.

Las mafias se encargan de traer chicas de todos los países del mundo. Las traen engañadas diciéndoles que trabajarán de camareras, limpiadoras o incluso modelos. Una vez llegan aquí les quitan el pasaporte y les dicen que tienen que trabajar en un club hasta pagar los gastos que deben por traerlas. Una deuda que ellos se inventan, muy superior a los costes reales.

Mientras la miro pienso que le debe resultar difícil poder continuar así. Porque las mafias se encargan de cerrar los clubs que no les compran las chicas a ellos. El último, el Tomaure, al dueño le pegaron dos tiros en la puerta de su local por negarse a contratar sus chicas.

Sin embargo Sonia ha conseguido bregar con ellos. Sin duda Sonia es una buena empresaria. Recuerdo que de joven quería ir a estudiar a la Escuela de Hostelería, ser una gran cocinera y con el tiempo montar su propio restaurante: La Reina del Sur. Que era como la llamábamos entonces, porque ella es andaluza y vino joven al barrio . Se me escapa una sonrisa. Sin duda hubiera sido un gran restaurante.

Aunque eso no es del todo cierto, les compró a Ionela, pero ella estaba de acuerdo.

Mientras tanto Gregorio recibe la visita del agente Martínez.

—¿Sabía usted que el parque La sombra del viento tiene salida a dos calles?

—Pero jefe: La única salida real que tiene es la que da a la calle Neruda, por donde entraron los testigos.

—Pero si hubo una segunda persona ¿Pudo escapar por el agujero que da al parking

sin que lo vieran los testigos?

El agente Martínez se encoje de hombros.

—También pudo saltar la valla por cualquier sitio o esconderse en unos arbustos y que no lo vieran.

—Entonces —se lo queda mirando muy serio—, ¿por qué no sale eso en el informe?

A Gregorio le molesta pero sabe que tengo razón, el agente Martínez ha preparado el informe para que no nadie dude de que el culpable es Enrique. Para ello ha obviado las cosas que harían dudar al juez. Forma parte del procedimiento habitual. ¿Para qué explicar que hay otra salida si no sale en los planos? Eso es trabajo del abogado defensor, que debe explicar que podría haber habido esa segunda persona y se podía haber escapado sin que lo vieran los testigos. Por desgracia, mucha gente no puede pagarse un buen abogado que contrate un detective que investigue y compruebe esas cosas. Los abogados de oficio a menudo no pierden el tiempo en comprobar que el informe policial contenga errores. En muchos casos, el pobre desgraciado de turno se chupa unos años de cárcel, solo porque no ha podido pagar un abogado que se preocupe de darse un paseo por el parque.

—No quiero que el juez dude ni un momento. Si después de pasarse ese chico tres años en la cárcel, el caso queda sobreseído, quedaremos como unos gilipollas.

Enrique deberá estar en la cárcel hasta que salga el juicio, es lo habitual en los casos de asesinato. Un juicio que puede tardar de tres a cinco años. Si después es declarado inocente, su abogado pactará una indemnización, si el caso queda sobreseído la indemnización será mucho menor o cero, pues sobreseído viene a significar que no han encontrado suficientes pruebas para condenarlo. De todas formas, por mucha indemnización que le den, nunca compensará la juventud que le han robado ni el estigma con el que la sociedad le ha marcado.

Así que a regañadientes acepta reabrir la investigación. Empezaran por la pistola, a ver si pueden averiguar a nombre de quién estaba. Puede ser una pista o puede que no. También analizarán los fluidos que encontraron en el cadáver, que demostrarán lo que ya sabían, que se peleó con otra persona, pero a lo mejor les da una pista de quién puede ser. Si pudieran localizarlo podrían atar todos los cabos sueltos que complican el caso pero si no está fichado les dejará sin sospechoso.

Las llamadas demuestran que Enrique llamó a Perparin y quedaron en el parque a las diez de la noche. No es el mejor sitio para vender droga o coches robados. Igual tenían pensado ir después a otro sitio. Perparin llega primero y se encuentra con alguien. Puede que hubiera quedado con las dos personas en el mismo sitio pero lo más fácil es que viniera con Enrique. Se pelean y después Enrique le pega un tiro.

—¿Enrique era el encargado de concretar la cita para que la otra persona se encontrara con Perparin? —pregunta Gregorio—. Entonces el juez va a querer saber la identidad de esa persona.

—El problema es que cuanto más investiguemos, más fuerza cogerá la versión del chico.

Gregorio afirma con la cabeza, es consciente de que seguir investigando les puede hacer que el caso se enmarañe y se queden sin culpable pero con Ulises investigando por su cuenta deben tener cuidado.

Martínez sale mosqueado de la comisaría, con lo bien que había quedado el informe, ahora tiene que seguir investigando. Se sube a su coche, a donde va prefiere no usar el coche patrulla. Se dirige a un polígono industrial próximo, antes de llegar podemos ver un chalet enorme con un letrero que dice: “Club Hawai” sobre el tejado. Está cerrado y por eso entra por la puerta de atrás, allí dos matones vigilan la entrada.

—¿Está tu jefa? —El tipo afirma con la cabeza—. Necesito hablar con ella.

Uno de los tipos lo acompaña por un pasillo hasta un despacho. Entra y se encuentra a una mujer sentada frente a un ordenador, es morena y lleva gafas aunque solo se las pone para hacer números. “No las necesita para trabajar” dice siempre.

—Tenemos problemas. El sargento me ha hecho reabrir el caso.

—Pensaba que ya estaba todo claro.

—Lo estaba, ¡joder! Pero la familia del chico ha contratado a un tipo para que investigue y ha empezado a sacar un montón de mierda, suficiente para que el juez dude y el sargento no quiere que eso pase.

—¿Qué vas a hacer?

Martínez abre los brazos.

—Investigar, no tengo más remedio. Hubo alguien más en la escena del crimen y tengo que averiguar quien fue —suspira—. ¿No puedes saber si fue uno de tus hombres?

—En teoría no, pero no me fío de estos cabrones. Sé que más de uno hace trabajos por su cuenta. De momento, ¿qué relaciona el caso con nosotros?

—El chico, que trabajaba para ti y la pistola.

Olga se lleva las manos a la cara.

—Será mejor que vaya a hablar con Valon y tú —señala a Martínez—, mantenme informada de todo lo que averigües.

Después de comer hemos quedado con Raquel, la abogada que defenderá a Enrique. Raquel también iba con nosotros al colegio, hasta estuvimos saliendo juntos un tiempo. Hace unos meses, Raquel tenía una vida ordenada, era concejal, estaba casada con un empresario de éxito, etc., hasta que se dio cuenta de que su marido la engañaba, no solo en la cama, también en los negocios. Dejó al marido, el cargo en el Ayuntamiento y se fue a vivir a una comunidad hippie con una amiga suya. Ahora ejerce de abogada pero solo defiende casos justos, como demostrar la inocencia de Enrique. Con ella hemos quedado en el lugar de los hechos para hacer una reconstrucción y mirar de obtener alguna pista más.

La sombra del viento es un parque que se construyó en la zona nueva del barrio de San Judas, tocando al barrio de Santa Teresa. Durante la burbuja también se construían en nuestro barrio, pero al otro lado del río, pisos nuevos con cámara, ventanas de doble cristal, ascensor y todos los lujos que tienen las viviendas modernas. Nada que ver con los pisos del barrio de toda la vida que son todos iguales, pequeños y sin ascensor. Entre cuatro bloques que lo bordean se construyó el parque. Solo tiene una entrada: Una bonita reja de hierro forjado sirve para cerrar el parque por las noches, oficialmente, claro, porque los chavales que quieren entrar por la noche, lo hacen por un agujero de la valla, o lo que empezó siendo un agujero que ahora es un trozo de valla rota.

El parque tiene tres niveles, es lo que pasa cuando construyes en la montaña. En el primer nivel, el que te encuentras al entrar, hay todo tipo de columpios para los niños. Bajas unas escaleras y llegas al segundo nivel, es el más grande, donde no hay columpios, solo unas porterías para que los niños jueguen al fútbol. Para llegar al tercer nivel debes bajar más escaleras, es el más pequeño de los tres, allí apenas hay una mesa de ping-pong y unos bancos donde los chavales bajan a fumarse los porros y hacer botellón. Está al mismo nivel que el aparcamiento de la calle Cortázar, al otro lado de la manzana. Solo una valla separaba parque y parking.

Es el sitio más tranquilo de todo el parque, ideal para parejas. Allí nos espera Raquel con un vestido blanco con flores bordadas. Lleva el pelo muy largo y suelto, cayéndole liso por toda la espalda. Nos saludamos y empieza a explicar.

—Según Enrique habían quedado aquí, él llegó antes de tiempo, se sentó en el banco y se colocó los cascos para escuchar música. Estaba muy nervioso y quería relajarse. Lo cual facilitó que alguien llegará por detrás y le hiciera perder el conocimiento.

Miro la zona, ese alguien tuvo que entrar desde la calle Cortázar ya que si hubiera bajado por las escaleras hubiera sido visible. Si bien, es posible que ni mirara, los jóvenes son así.

—¡Normal! Con la que le venía encima —salta Sonia.

—Pero él no lo sabía —razono yo—. ¿Qué tenía que hablar con Perparin?

—Comprarle droga.

—¡No! Este no es el sitio idóneo para hacer una venta de droga. Mira —en ese momento señalo hacia arriba—, desde cualquiera de esos pisos te pueden ver y grabar. Los trapicheos se hacen mejor en cualquier otro sitio, por ejemplo en el parking dentro del coche —en ese momento señalo al aparcamiento de al lado—. Este es un buen sitio para hablar y negociar pero no hacer los negocios.

—Puede que hubieran quedado aquí y tuvieran pensado ir a otro lugar donde hacer el business —razona Raquel—. Incluso puede que Perparin hubiera dejado la droga en el coche y pensaran ir después a por ella.

Me encojo de hombros e inclino la cabeza hacia un lado. No me parece lógico pero tampoco lo voy a discutir. Al igual que el asesino: Que dejara inconsciente a Enrique indica que no quería testigos, ergo tenía pensado matar a Perparin antes de venir, pero entonces ¿por qué pelearse con él? A nuestro alrededor hay todo un jardín repleto de plantas donde se podría haber escondido y esperarlo. Pero no, le esperó para hablar con él, se pelearon y fue entonces cuando sacó la pistola y le disparó.

—Según el informe, se pegaron aquí. —Raquel nos señala un punto del suelo—. Perparin cayó al suelo, el tipo aprovechó para sacar la pistola y pegarle un tiro en la cabeza. Según el ángulo del disparo debía estar aquí más o menos. —Nos señala un punto a menos de dos metros de distancia—. Por eso el disparo entró por el frontal y salió por el parietal provocando una herida mortal que le dejó unos segundos de vida.

—Lo justo para que Enrique se despertara al oír el disparo y se acercara hasta él —continúo yo mientras me pongo en la posición del asesino—. Otra cosa extraña, ¿por qué dejar el arma al lado del cadáver?

Perparin estaba en el suelo, a punto de morir. El asesino solo tenía que guardarse la pistola en el bolsillo y salir corriendo, pero no, se acercó a Perparin y le dejó la pistola.

—Puede que se acercara a comprobar si estaba muerto.

—Si estaba vivo cuando Enrique despierta es que estaba vivo.

—Pero era cuestión de tiempo.

En ese momento me acerco hasta el sitio donde se supone que murió Perparin.

—Igual se acercó a decirle algo y se dejó la pistola.

—Yo no le daría importancia a que se dejara la pistola. Muchos asesinos lo hacen, la pistola puede demostrar que eres el asesino—. Raquel prefiere ir al grano.

—Eso lo hacen los asesinos ocasionales pero los criminales como Perparin no pueden tirar un arma cada vez que matan a alguien.

—¿Qué te hace pensar que no fue un asesino ocasional?

Es posible que ni siquiera tuviera intención de asesinar a Perparin, solo discutir, una discusión que derivó en una pelea y en un tiro en la cabeza pero se lo montó muy bien para que Enrique fuera el principal sospechoso. Si bien, a veces la casualidad nos juega una mala pasada.

—Puede que se agachara a registrarlo —razona Sonia y los demás nos giramos para mirarla—. Si llevaba coca, se la quitó el asesino.

—Si no la llevaba encima podía estar en el coche. Le cogió las llaves y se fue al parking a buscarla mientras la policía detenía a Enrique.

El aparcamiento de la calle Cortázar es una explanada entre dos edificios con un asfaltado sencillo donde se pueden aparcar coches. Es el sitio ideal para dejar un coche si no lo usas a diario. Si Perparin lo dejó ahí aparcado, es posible que todavía esté, si no se lo llevó el asesino, claro. La cuestión es que debemos investigar si queremos desenrollar la maraña.

Al primer sitio al que me dirijo es a la cárcel. Enrique pronto será trasladado allí y tengo que asegurarme de que está bien. De nada servirá demostrar que es inocente si lo pilla alguien de la banda de Perparin y lo liquida.

Gregorio se ha comprometido a que nadie sepa por qué está ahí. Su expediente dirá que está ahí por falsificación, de esa manera nadie sabrá realmente por qué está esperando el juicio pero prefiero tomar mis propias precauciones. La cárcel es el sitio donde se concentra lo peor de la sociedad y allí todo tiene un precio: Tanto tienes, tanto vales. Por suerte tengo buenos amigos dentro. El más importante es Don Vito, el que fue mi jefe, un gran tipo con muy buenas influencias. Así que es la primera puerta a la que llamo.

Al cruzar la puerta de entrada de la penitenciaria siento un escalofrío, tengo muy malos recuerdos ahí dentro. El funcionario me atiende con desgana, siempre se quejan de lo poco que cobran aunque nunca hablan de los extras que se sacan. Dentro puedes comprar de todo: Porros, coca, whisky, etc. Solo tienes que untar al funcionario de turno y él se encarga de traértelo. Eso les supone un cuantioso sobresueldo que no declaran.

Me hace pasar a una habitación donde me quedo esperando un buen rato. La habitación no tiene ventanas, las paredes son grises y lisas. En medio, una mesa con cuatro sillas. Me siento y sigo esperando hasta que aparece Don Vito. Me saluda y mira extrañado alrededor.

—¿No has traído a Akita?

Akita es su perra, yo la cuido mientras cumple condena.

—¡No! Ya no la tengo en casa. Me la llevé al pueblo cuando fui a ver a mi madre y —me encojo de hombros— estaba tan a gusto con mi madre que la dejé con ella.

Don Vito hace una mueca de desdén, le gusta que se la lleve aunque sea para saludarla de vez en cuando. Se sienta en una silla y me mira.

—Dime, ¿para qué has venido a verme? —Don Vito es así: directo al grano.

—Han detenido al sobrino de Sonia y sus padres me han contratado para ayudarle.

Hace una mueca asintiendo.

—¿Qué quieres que haga yo?

—Que lo protejas mientras yo busco pruebas que demuestren su inocencia.

—¿De qué se le acusa?

—Falsificación.

—¿Qué ha falsificado?

No me esperaba esa pregunta y no tenía pensada una mentira así que tardo en contestar.

—Talones bancarios.

—¡No me tomes el pelo! Que no me he caído de un guindo ¡joder! —Si algo sabe Don Vito es descubrir cuando le engañan.

—Está bien —me defiendo—, oficialmente ingresará por falsificación pero le acusan de asesinato.

—¿A quién ha asesinado? —Ahora el caso empieza a despertarle la curiosidad.

—Es inocente y pienso demostrarlo, pero le acusan de asesinar a Perparin.

—¿Cómo?

—Es uno de los cabecillas de la banda de albanokosovares.

—Sé perfectamente quién es Perparin —me corta y baja el volumen de la voz—. Aquí dentro hay unos cuantos amigos suyos que no tardarán en dar cuenta de tu amigo.

—Por eso te estoy pidiendo que lo protejas.

—¿Protegerlo? —me contesta muy serio—,joder, no tienes dinero para pagar su protección.

—No soy yo quien paga, son sus padres.

—Tampoco tienen dinero para pagar su protección y tú —me señala— tampoco deberías meterte en ese rollo por mucho dinero que te paguen.

Suspiro.

—No es dinero lo que me pagan.

Don Vito piensa en qué motivos puedo tener.

—¿No? ¿Qué pasa? ¿Te hacen chantaje?

—No —decido ser sincero con Don Vito si quiero que me ayude—. Cuando éramos unos chavales estuve saliendo con Sonia —hace un gesto como que ya lo sabía—. ¡Pues bien! Cuando me fui al reformatorio ella estaba embarazada.

—Y el niño se lo quedó su tía. —Don Vito continúa mi frase, no es un hombre que necesite muchas explicaciones—. Está bien, sabiendo que es tu hijo no puedo negarme, me encargaré de protegerlo pero no tardes mucho en demostrar su inocencia: Cada día que pase entre estas cuatro paredes es un peligro para él. ¿Cómo se llama?

—Se llama Enrique pero seguramente vendrá con nombre falso aunque lo reconocerás enseguida. Se parece un montón a mí.

El tono de esa frase final guarda un extraño acento entre orgullo y lamento.

—Eso sí, él no debe saber nunca quiénes son sus verdaderos padres.

Me mira sorprendido aunque no pregunta, se limita a hacer un gesto de aprobación. Después nos estamos un rato hablando de banalidades y anécdotas, también me explica con quién tengo que hablar, preguntar y sobre todo, con quién debo tener cuidado. Perparin y sus amigos dejaron el colegio cuando empezó la guerra en su país. Cerraron los libros para empuñar las armas y estuvieron luchando mientras duró la guerra. Al acabarse, marcharon como tantos otros a buscarse la vida en otros países. Sin más oficio que la guerra, la única manera de buscarse la vida es la delincuencia.

Por norma atracan chalets de urbanizaciones, roban coches de alta gama que después venden en la Europa del Este enteros o por piezas. También se dedican al tráfico de drogas y a la prostitución, aunque son temas que no tocan mucho. Cuando están trabajando funcionan como un comando militar, es a lo que están acostumbrados. No le tienen miedo a nada. La policía poco pueden hacer cuando se encuentran con tipos como estos acostumbrados a enfrentarse a un ejército, a la lucha de guerrillas.

La banda la dirigían entre cuatro: Perparin, su hermano Valon, Dugi y Valmir. Los cuatro tienen formación militar, formaban parte de la guerrilla del Ejército de Liberación Kosobar y están acostumbrados a trabajar bajo presión. Debo ir a hablar con ellos.

—Pero cuidado, si piensan que sabes dónde está el asesino, no dudarán en torturarte para que confieses —hace una pausa—, y confesarás.

—Por mucho que me torturen nunca diré dónde está mi hijo.

Después me habla de los rusos, son una organización que se dedica a la prostitución. Traen chicas de todas las partes del mundo, casi siempre engañadas, una vez aquí las hacen trabajar en cualquiera de los garitos que tienen escampados por las carreteras de toda España o las venden a otros prostíbulos. No es solo una venta, es protección. Si no les compras las chicas a ellos, eres su enemigo y no suelen tener enemigos vivos. El último caso fue Dalmiro; tenía un local en la carretera llamado Tomaure, hace unos años se negó a tener tratos con ellos, dijo que él no pagaría por ninguna chica, que allí venían a trabajar por voluntad propia y los echó de su local. A los tres días salió un momento a la puerta de su local a fumarse un cigarro, un coche salió del aparcamiento y al pasar por delante le metió dos tiros en el pecho. Entonces mandaba un tal Vladimir, que se volvió a Rusia para controlar algunos asuntos por ahí.

—Ahora la que dirige el cotarro se llama Olga, entonces era su segunda, un tipa no muy mayor pero con carácter y muy lista, por eso pasó de puta a mandar a los tíos, la encontrarás en el Hawai. Dile que vas de mi parte y dale recuerdos.

El Hawai es uno de tantos garitos. Vivimos en un mundo tan globalizado que puedes tirarte a una tía del país que quieras sin salir del barrio. Cuando salgo miro el reloj: Las siete y media. Es pronto para ir al Hawai así que me acerco a tomar una cerveza al bar de Raluca para hacer tiempo.

Raluca es una mujer rumana que antes era prostituta, encontró un tipo que se enamoró de ella y pagó su deuda. Porque esta es la única manera que tienen estas chicas de escapar y de pagar su deuda, cosa que nunca conseguirán trabajando. Raluca tuvo suerte, encandiló a un tipo que pagó su libertad y le montó el bar. Solo tiene un defecto: está casado. Por eso ella tiene que conformarse con ser su amante, pero es mucho mejor que estar trabajando en el Hawai o en cualquier sitio de estos.

En el barrio nos preguntamos quién debe ser y cierto concejal del PP que se deja caer de vez en cuando por el bar es el blanco de todas las apuestas. Raluca estuvo años trabajando en diferentes sitios y los conoce a todos, a todos los que se mueven por los bajos fondos del barrio. Con suerte me podrá dar alguna pista.

El bar se llama El Halcón Maltés y no es ninguna maravilla. Es pequeño, apenas le caben media docena de mesas y otra media docena en la terraza porque, eso sí, tiene terraza. ¡Por suerte!, porque desde que sacaron la ley del tabaco ningún bar sobrevive en el barrio sin terraza. Aquí todavía somos de hacer el cigarrito con la cerveza.

El bar es sencillo, “cutre”, que dirían algunos. La puerta es de aluminio del antiguo, descolorido por el sol y rayado por el uso. El suelo es de terrazo desgastado y sin brillo. Un biombo cierra a la vista la puerta de los lavabos y hace un rincón donde Raluca aprovecha para apilar las cajas de cervezas vacías. Cuando entro en el bar veo a tres rumanos sentados en la terraza, están fumando.

Me siento en la barra y le pido una cerveza. Raluca es alta, rubia y blanca de piel, como todas las chicas de la Europa del Este, creo que por allí no deben existir las morenas o quizás solo traen rubias. Ella me sonríe y me pone la cerveza acompañada de un trozo de pan con fuet. “No tengo hambre —pienso—, tengo ganas de conversación”.

—¿Sabes qué han asesinado a Perparin?

—¡Claro! —Contesta ella— Eso traerá problemas.

—Esperemos que no ¿Quién puede haber sido? —Me decido a soltar así, sin tapujos ni disimulos, a veces es la mejor manera.

Kanun —contesta ella.

—¿Ese quién es?

—Es una palabra que en albanés significa vendetta. El kanun es una costumbre albanesa que viene a ser como el “ojo por ojo”.

No lo había pensado pero podría ser.

—¿Quién querría vengarse de él?

En ese momento se ríe.

—Todos, cualquiera.

Ahí tiene razón, todos tenían motivos para acabar con él. Seguimos hablando y no tiene ni idea de quién puede haber sido. Eso es raro, por lo general, siempre hay rumores en el barrio. Alguien que vio llegar a alguien tarde y lleno de sangre, alguien que se encontró con alguien en Urgencias al que le habían dado una paliza, pero esta vez no, los rumanos que están en la terraza se dedican al contrabando: traen tabaco y se llevan móviles.

En la calle Cervantes viven dos colombianos que pasan coca al por mayor, yo les cojo a veces. Hace unos días que no se les ve. Podrían haber sido ellos o bien se han dado cuenta que la policía los empezaba a tener localizados. Eso es habitual en este oficio, cuando ves que la policía te está controlando debes dejarlo una temporada. Se vuelven a Colombia y no regresan hasta que se han calmado las cosas.

En ese momento entra Vicente en el bar. Me fijo en que lleva un ojo morado y una rascada en la frente, signos ambos evidentes de haberse peleado no hace mucho. Vicente se dedica a lo que podríamos llamar cobros difíciles Un cliente le contrata para realizar el cobro de algunas facturas que alguien no quiere pagarle, es importante que sea porque no quiere, ya que si el pavo no paga porque no tiene un duro, no hay manera de cobrar. Vicente se encarga de perseguir al tío y convencerlo para que pague. Los sistemas que usa para convencerlo no son del todo legales y son denunciables, pero suele cobrar y se queda una buena comisión. Eso hace que esté acostumbrado a pelearse y suele llevar pistola. Creo recordar que su madre es griega, lo cual hace muy factible que pudiera llevar una cruz ortodoxa por poco devoto que sea. ¿Quién no llevaría una cruz encima si se la regaló su madre?

—Te dieron bien, ¿eh? ¿Cuántos eran?

—Uno solo —me contesta—, ahora que tendrías que ver cómo quedó el otro.

Vicente es un tipo alto y fuerte, sin duda el que se pegó con él tenía que ser fuerte también. ¿Fue Perparin? Valoro los motivos que pudiera tener para matarlo, pocos. No obstante, suele llevar pistola, si se pegó con él pudo acabar sacando la pistola y disparándole. Vicente bien podría haber dejado inconsciente a Enrique para hablar con Perparin y reclamarle alguna deuda, pero me extraña, no es el tipo de cliente con el que suele trabajar, pero podría ser un tema personal.

—¿Sabes que han asesinado a Perparin?

—¡Claro! —contesta con un signo de indiferencia—. ¿Qué quieres que te diga? ¿Qué me sabe mal? Pues no, ¡Qué el Diablo lo tenga en el infierno! —Se ríe—. Porque ese seguro que está en el infierno y ojalá tiren la llave.

—Veo que no te caía bien.

—Por supuesto que no. En el barrio ya tenemos bastante mierda para que nos vengan individuos como ese de fuera.

—Bueno, dejemos el tema. ¿Cómo te va la vida?

—Bien, hace unos días cobré un trabajo y he podido ponerme al día pero últimamente siempre estamos igual, cuando entra dinero solo sirve para tapar agujeros, ponerte al día y respirar un par de meses.

—Bueno, si es así, la cosa no va mal del todo.

Ahí seguimos hablando durante un buen rato, intento sonsacarle algo que me demuestre que pudo ser él pero no me dice nada que lo comprometa.

Cuando ha oscurecido considero que ya es hora de dirigirme al Hawai, es un garito cerca del polígono. Antes era un hotel donde solían dormir camioneros y trabajadores de las fábricas del polígono industrial. Estaba bastante bien, tenía piscina y barbacoa pero con la crisis tuvo que cerrar y lo compró esta gente. Ahora siguen parando camioneros y trabajadores pero no se quedan a dormir y la piscina y la barbacoa tienen otro uso.

Aparco mi moto en el aparcamiento y miro a mi alrededor, apenas hay coches. La gente suele venir más tarde. ¡Mejor! Así podré hablar con más tranquilidad con Olga.

Cuando cruzo la puerta del vallado me encuentro con tres tipos vigilando la puerta, van armados y parecen preocupados. Normal, si Valon y sus amigos se presentan a tiro limpio ellos serán los primeros en caer. Paro a saludarlos y les invito a un cigarro. Me fijo en ellos y ninguno tiene marcas de haberse peleado con Perparin.

Al entrar me envuelve la oscuridad. El garito apenas está iluminado, parece un chiringuito nocturno de una playa hawaiana. Las mesas y las sillas son de madera de teca y en los rincones han puesto palmeras para hacer bonito, si bien se nota a la legua que las grandes son de plástico.

Unas luces sobre la barra y cuatro ojos de buey repartidos por entre las mesas, donde algunas chicas ya esperan a los clientes. Una se levanta y se dirige hacia mí. Tras la barra, una morena bajita, ataviada con un elegante y minúsculo vestido negro de noche, me sonríe.

—Dime, guapo: ¿qué te pongo?

—Ponme un vodka con naranjada en vaso ancho y… —en ese momento me acerco para poder hablar más bajo—, me gustaría poder ver a Olga.

—Ya la estás viendo.

Sonrío, las prostitutas suelen hacer eso: siempre quieren ser ellas las que se lleven al cliente. No les gusta tener que pasar un cliente a una compañera y que se lleve otra la comisión.

—Me gustaría hablar con la jefa, se llama Olga Ivanova y es rusa —lo digo sonriendo aunque le dejo claro que no es ella la que me interesa.

—¿Quién le digo a la jefa que pregunta por ella? —me pregunta medio riéndose medio seria.

—Ulises, vengo de parte de Don Vito.

En ese momento una chica me agarra por detrás.

—Hola, guapo. ¿Quieres pasar un buen rato?

Me giro y me encuentro una muñeca rubia vestida con un bikini minúsculo metiéndome mano.

—Puede que luego, pero primero necesito hablar con tu jefa. ¿Dónde puedo encontrar a Olga?

La chica me señala a la camarera y yo me quiero morir. Si quiero que confíen en mí, tengo que causar buena impresión y empezar metiendo la pata no ayuda.

—¡Perdona! No pensaba que la madame fuera tan joven.

Ella se ríe a pesar de que no le ha hecho gracia que la llame madame.

—¿Qué edad crees que tengo?

—¿Veinticinco?

Ella se ríe todavía más.

—Eres muy malo calculando la edad o un adulador. Tengo treinta y dos y soy rusa, de Yani. —Me quedo parado; si sigo metiendo la pata de esa manera no voy a conseguir que me cuente nada—. Dime, ¿qué quiere hablar conmigo Don Vito?

—Mejor lo hablamos en privado.

Ella asiente y me hace un gesto para que la siga. Subimos por las escaleras hasta su despacho, ¿o es también su habitación? Porque además del escritorio lleno de papeles hay un armario y una cama. Ella se sienta en la silla con ruedas del escritorio y yo sobre la cama.

—¿También trabajas? Me refiero —creo que he vuelto a meter la pata—, a si haces clientes.

—Sí, también hago clientes. ¿Crees que ya no soy apetecible para los tíos?

—¡Mucho!

Ella sonríe pero cambia de tema para ir al grano.

—No sabía que Don Vito había salido ya del talego.

—No lo ha hecho. Vengo por otro motivo: me han contratado para investigar el asesinato de Perparin.

—¿Eres detective? —pregunta extrañada.

—No, solo soy un amigo de la familia —ahí no sé qué contestar—, que les echa una mano.

Olga me mira todavía más extrañada.

—Pues que yo sepa han detenido al culpable

—Sí pero trabajaba para ti, ¿no? —Ella afirma con la cabeza—. ¿Para qué había quedado con Perparin?

—Hizo algunos trabajos para nosotros, sí, pero no quedó con Perparin por orden nuestra. Estaría trabajando para otros —en ese momento se lleva la mano a la barbilla—, o pretendía pedirle trabajo a Perparin. —Eso me sorprende—. Enrique estaba desesperado por conseguir dinero y no le importaba el riesgo, solo el beneficio. Hace unos cuatros meses empezó a venir por aquí como cliente y un día me pidió trabajo. Le di algunos encargos sencillos y no lo hizo mal, así que de vez en cuando lo llamábamos pero no tenía ni idea de que había quedado con Perparin.

Mientras habla, la minifalda de su vestido se va subiendo poco a poco, a mí se me va la vista a su entrepierna, donde veo que no lleva bragas y está totalmente depilada. Ella se da cuenta y lleva el dedo índice hasta mi barbilla para levantar mi cabeza.

—Si no te importa, me gusta que me miren a los ojos cuando estoy hablando.

—¡Perdón! —En ese momento me quiero morir. Así no voy a conseguir que colabore conmigo—. Me he despistado, a ver, por dónde íbamos. ¿Qué tal es vuestra relación con Perparin y los suyos?

—Hasta ahora era buena, a veces nos compraban chicas o farla. A partir de ahora ya veremos.

En su voz se nota que ese tema le preocupa.

—¿Alguien de tu organización sabía que Enrique había quedado con Perparin?

—¡No! Ya te he dicho que esa reunión no tenía nada que ver con nosotros. ¿Por qué lo preguntas?

—Hubo alguien más en la escena del crimen. —En ese momento saco una foto del bolsillo y se la enseño—. Alguien que se peleó con Perparin y perdió este colgante durante la pelea. ¿Te suena de alguien?

—No me suena —hizo un gesto restándole importancia—, es una cruz, muchos la llevan.

—Pero es una cruz ortodoxa. Los rusos sois ortodoxos, ¿no?

—Sí, como tantos otros. —Ahora está muy seria.

—¿Le disteis algún arma a Enrique?

—¡No! Ya te he dicho que hacía trabajos menores.

—Es que el arma homicida es una TT33 de fabricación rusa. ¿Tienes idea de dónde puede haber salido?

Ella se encoje de hombros.

—La TT33 es un arma usada en todo el mundo, puede haber salido de cualquier sitio. —De repente se queda pensando—. ¿Insinúas que alguien de mi gente le ayudó solo por eso? —Se hace el silencio—. Espero que no comentes esa teoría con nadie. ¿Sabes qué pasaría si Valon sospechase que alguien de mi organización ha ayudado a Enrique?

He vuelto a meter la mata, esta vez sí que se ha mosqueado de verdad y ya no lo voy a poder arreglar. Se levanta para volver abajo, sin duda ha dado la conversación por finalizada.

—Acábate el cubata y vete. No quiero tenerte por aquí haciendo preguntas de ese tipo.

¿Puedo volver otro día cuando se te haya pasado el enfado?

—Puedes venir cuando quieras, pero si quieres hablar conmigo tendrás que pagar la tarifa y si me entero de que le has dicho a Valon que nosotros hemos tenido algo que ver —en ese momento me agarra de los huevos bien fuerte—, juro que te los cortaré yo misma.

En ese momento se da la vuelta y coge un bote de una estantería para enseñármelo.

—Mira, esto es para que veas que no bromeo.

Dentro del bote hay un pene y sus testículos en formol. Fuera, escrito en rotulador dice: “Yo también tengo huevos”.

Mientras me acabo el cubata me dan ganas de darme cabezazos contra la barra. ¿Cómo he podido ser tan estúpido? Debo ser más cuidadoso o duraré menos que Enrique, si lo pillan. No me siento con ganas de ir a hablar con Valon así que me dirijo a mi barrio, a La Sirena. Allí, Sonia me recibe sonriente. Mañana nos entrevistaremos con los amigos de Enrique, a ver si ellos saben algo. Le cuento lo que sé. Sabemos que miente.

—Si hubiera querido comprar farla, se la habría pedido a Olga. No se habría puesto en contacto con Perparin, entonces ¿qué le iba a comprar que no nos lo quiere decir? ¿Qué vendía Perparin por treinta mil euros?

Sonia se queda pensando y Ionela, que se ha incorporado a la conversación, dice:

—Una puta. Treinta mil euros fue lo que pagaste por mí —le pregunta a Sonia—. ¿No es cierto?

—¡No! Fueron veinte mil y volvemos a lo mismo, se la habría comprado a Olga, trabajaba para ella y es ella la que vendía las putas a Perparin.

—¿Un coche de lujo? —pregunto yo.

—Eso podría ser pero volvemos a lo mismo: ¿Para qué querría un coche de lujo un chico de 18 años? Y un coche robado no vale treinta mil.

Enrique no le cogería el dinero a sus padres para comprarse un coche de lujo a no ser que tuviera la intención de venderlo, que fuera un encargo pero, ¿de quién? Puede que del mismo asesino.

—Fuera lo que fuese que iba a comprar era por encargo —voy razonando—. Alguien le encargó algo que tenía que comprar a Perparin.

—Una puta —Ionela sigue con su teoría—. Según para quién, Olga se negó a venderla. Olga es así, no hace negocios para cualquiera.

Esa es una posibilidad, alguien a quien Olga hubiera vetado y que recurriera a un esbirro suyo para hacer el negocio. Incluso podría ser que Enrique hubiera estado delante y oyera la conversación pero…

—Me lo habría dicho, no Enrique pero Olga sí.

Después les cuento cómo me ha ido con Olga. Ellas se sorprenden y hacen un juego de miradas. Después Ionela me agarra y me lleva a su habitación.

—¡Ven! Que te voy a animar.

Mientras subimos las escaleras me explica que Olga era una buena jefa, no tanto como Sonia, pero lo mejor que tuvo mientras estuvo trabajando para los rusos. Dentro de la organización, los tíos tienen derecho a tirarse a las tías que quieran sin pagar un euro. Olga cambió eso, con ella los tíos tienen que pagar.

—¿Igual que cualquier cliente?

—Bueno, al menos nuestra parte.

Cuando alguien paga los servicios de una prostituta, la mitad es para los dueños del local y la otra mitad para la chica en cuestión. No obstante, ese dinero suele ir a pagar la deuda que tienen por lo que se sigue quedando en casa, pero si la chica tiene que hacer los servicios gratis nunca tiene opción de llegar a cubrir la deuda. Deuda que nunca se llega a liquidar porque la mafia va añadiendo los gastos y los intereses que les da la gana. A veces, gastos que se inventan de la habitación, otras veces la ropa o los artículos que les traen y a la que ponen el precio que les da la gana porque ellas no pueden ir al mercadillo a comprarse la ropa o lo que necesiten, tienen que recurrir a alguien que esté autorizado a entrar y salir, alguien que se aprovecha.

En cambio Ionela, trabajando para Sonia, no tuvo problema en pagar la deuda real que había pagado por ella. Porque no nos podemos imaginar el dinero que mueve la prostitución en nuestro país.

—¿Eso es todo? ¿Qué no tenéis que hacer el servicio gratis?

—También hay otras cosas más pero eso es la vida —contesta ella muy seria—. Cuando vives pensando en pagar una deuda para ser libre y ves que esa deuda no baja porque la suben como les da la gana: el dinero es tu vida.

A pesar de lo que dicen, sigue habiendo esclavas en nuestra ciudad y en nuestro barrio.

—Tú ahora estás trabajando gratis.

Se ríe.

—Es distinto, yo aquí soy libre. Lo hago porque yo quiero.

—Dime, ¿cómo es Olga?

—Es buena chica pero si te coge manía ya has bebido aceite.

Me echo a reír.

—¿No se dice así? —pregunta ella sorprendida.

—En catalán sí: Ja has begut oli, pero en castellano no —hago un lamento—. Pues yo ya he bebido aceite.

—Todavía no, si ella dijo que puedes volver es porque quiere que vuelvas.

—Dijo que si quiero volver a hablar con ella tendré que pagar.

Me hace una mueca sonriendo.

—Entonces eso es lo que quiere. La próxima vez que vayas a verla paga una hora y sube con ella. —Se queda pensando—. Dile que tiene unos ojos muy bonitos, eso le encanta.

—No sé, no quiero que me vea como un cliente. Es difícil que confíe en mí si me la tiro.

Para las prostitutas hay dos tipos de hombres: los clientes y los amigos. Un hombre que paga para tener sexo con ella no pueden considerarlo nunca un amigo, o casi nunca.

—Olga es diferente. Ella piensa que un hombre no tiene secretos contigo si tú le comes bien la polla.

—¿Tú crees que la voy a convencer así?

—Estoy segura —me dice sonriente—. Olga siempre juzga a los hombres por cómo son en la cama y tú le vas a encantar.

—¿Por qué? —pregunto sorprendido.

—Para la mayoría de los hombres, una puta es solo un agujero donde correrse. Solo piensan en meterla y correrse. Tú en cambio nos tratas como si fuéramos mujeres.

—Lo sois, ¿no?

—¡Tonto! —En ese momento me golpea con la almohada y después me abraza—. Tú no te puedes imaginar lo que es estar con tíos que solo piensan en correrse.

Eso es cierto, los que van de putas solo quieren sexo, algunos van tan borrachos que ni siquiera se les levanta. Otros van tan calientes que se corren nada más meterla. Al contrario de lo que se pueda pensar, la vida sexual de una meretriz es un desastre, pueden pasar semanas sin echar un polvo en condiciones.

En ese momento se acurruca en mi pecho y yo la abrazo.

—¡Además! —Levanta la vista para mirarme a los ojos—. Me encantan tus ojos azules. —Y me da un beso.

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